Escrito por Néstor Sappietro
Lunes, 11 de Enero de 2010 13:25
(APe).- La coherencia tiene un costo. Esto lo puede corroborar la leyenda de Eugenio Pardal, un hombre que llevó hasta las últimas instancias el precepto de ser consecuente con cada uno de sus dichos. Todo lo que expusiera en una reunión de amigos, en la charla de la oficina, o en su casa delante de sus hijos debía corresponderse con sus actos mundanos. Esto suena bien y hasta parece sencillo. No tenía más que mostrar con los hechos cada una de sus palabras. Sin embargo, puede resultar demasiado complejo si se lo lleva a los extremos que recorrió Eugenio Pardal.
El hombre no aceptaba para su existencia ni la más justificable de las contradicciones. La simple compra de un par de zapatillas le demandaba meses buscando las de industria nacional. En septiembre de 1989, con la privatización de ENTEL, renunció al uso del teléfono. Se rehusó a ir a los cines instalados en lugares donde alguna vez hubo una fábrica, abandonó su pasión por el fútbol desde que las camisetas empezaron a usar sponsor y se negaba a escuchar música que hubiera sido grabada en una compañía multinacional.
En frenéticas discusiones con sus compañeros de tertulia, Pardal siempre sostuvo que los supermercados representan una de las mayores perdiciones de los tiempos modernos. Nadie puede afirmar si las razones que lo impulsaban a hacer esa afirmación eran ideológicas, románticas o una mezcla de ambas, lo cierto es que amaba entrañablemente la costumbre de ir al almacén. Se podría argumentar que lo atraía el trato directo con el almacenero y el saber que la sola pronunciación de una frase mágica “anótemelo en la libreta” alcanzaba como toda clave para conseguir fiado sin necesidad de recurrir a la rigurosidad de comprobar el frío saldo de una tarjeta de crédito. Su mujer, mientras pudo, trató de complacerlo, pero ante la casi desaparición de los almacenes del barrio y la obstinación de Eugenio terminó comprando alimentos a escondidas en el autoservicio de la zona.
En los últimos tiempos, llegando al colmo de su cruzada por la coherencia, emprendió la tarea de revisar la historia y analizar la actuación de cada prócer para decidir si transitaba o no la calle que llevara su nombre. Eugenio desde entonces evitó atravesar por arterias a las que consideraba de nombre ingrato. En su lista negra se encontraban entre otras: Balcarce, Presidente Roca, Mitre, Colón, Alvear, Uriburu, Sarmiento (en realidad con Sarmiento tenía una conducta ambigua, a veces la cruzaba y otras no)... Con esta actitud también encontró escollos difíciles de sortear, sobretodo teniendo en cuenta que el hombre viajaba en colectivo y que para llegar a algunos lugares, en muchas ocasiones, ha tenido que subir y bajar como diez veces de diferentes líneas.
Nuestro cronista anduvo por Barrio Azcuénaga tratando de saber qué había sido de la vida de Eugenio Pardal. Pudimos enterarnos de que su mujer hizo las valijas y se marchó con un proveedor del supermercado, sus hijos decidieron irse a vivir a España y cuentan los vecinos que consiguieron trabajo en un shopping... En cuanto a Eugenio Pardal nadie tiene certezas sobre su paradero. Sin embargo, hay quienes aseguran haberlo visto arrastrar su alma con un libro de Arturo Jauretche bajo el brazo, caminando siempre por Avenida Belgrano o por San Martín y consultando su lista de próceres cada vez que llega a una esquina... “Era un buen hombre pero perdió la razón...” nos asegura confidente una señora luciendo una remera que en grandes letras fucsias proclama: “I love New York”.
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Muchas mentes abiertas deberian estar cerradas por reparaciones....
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