Mostrando las entradas con la etiqueta literatura. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta literatura. Mostrar todas las entradas

domingo, 12 de enero de 2014

Ser educado es ser falso?


No significa que seas falso, cuando sos cortes con alguien que no te gusta.
Significa que sos suficientemente maduro para ser educado.

En realidad, "falso" sos cuando mentis. No te gusta una persona y le decis "Te adoro, amigo": eso es falsedad.

Educacion no, educacion es una virtud que realmente te da dignidad delante de cualquier antipatia.

José Eugênio Soares, conocido artísticamente como Jô Soares, (Río de Janeiro, 16 de enero de 1938) es un humorista, actor y presentador de televisión brasileño. 
Se dedica a la literatura y la pintura y, más recientemente, ha reanudado su trabajo como director de obras de teatro.

domingo, 28 de abril de 2013

El muerto


Cuento de Jorge Luis Borges

Que un hombre del suburbio de Buenos Aires, que un triste compadrito sin más virtud que la infatuación del coraje, se interne en los desiertos ecuestres de la frontera del Brasil y llegue a capitán de contrabandistas, parece de antemano imposible. A quienes lo entienden así, quiero contarles el destino de Benjamin Otálora, de quien acaso no perdura un recuerdo en el barrio de Balvanera y que murió en su ley, de un balazo, en los confines de Río Grande do Sul. Ignoro los detalles de su aventura; cuando me sean revelados, he de rectificar y ampliar estas páginas. Por ahora, este resumen puede ser útil.

Benjamín Otálora cuenta, hacia 1891, diecinueve años. Es un mocetón de frente mezquina, de sinceros ojos claros, de reciedumbre vasca; una puñalada feliz le ha revelado que es un hombre valiente; no lo inquieta la muerte de su contrario, tampoco la inmediata necesidad de huir de la República. El caudillo de la parroquia le da una carta para un tal Azevedo Bandeira, del Uruguay. Otálora se embarca, la travesía es tormentosa y crujiente; al otro día, vaga por las calles de Montevideo, con inconfesada y tal vez ignorada tristeza. No da con Azevedo Bandeira; hacia la medianoche, en un almacén del Paso del Molino, asiste a un altercado entre unos troperos. Un cuchillo relumbra; Otálora no sabe de qué lado está la razón, pero lo atrae el puro sabor del peligro, como a otros la baraja o la música. Para, en el entrevero, una puñalada baja que un peón le tira a un hombre de galera oscura y de poncho. Éste, después, resulta ser Azevedo Bandeira. (Otálora, al saberlo, rompe la carta, porque prefiere debérselo todo a sí mismo.) Azevedo Bandeira da, aunque fornido, la injustificable impresión de ser contrahecho; en su rostro, siempre demasiado cercano, están el judío, el negro y el indio; en su empaque, el mono y el tigre; la cicatriz que le atraviesa la cara es un adorno más, como el negro bigote cerdoso.

Proyección o error del alcohol, el altercado cesa con la misma rapidez con que se produjo. Otálora bebe con los troperos y luego los acompaña a una farra y luego a un caserón en la Ciudad Vieja, ya con el sol bien alto. En el último patio, que es de tierra, los hombres tienden su recado para dormir. Oscuramente, Otálora compara esa noche con la anterior; ahora ya pisa tierra firme, entre amigos. Lo inquieta algún remordimiento, eso sí, de no extrañar a Buenos Aires. Duerme hasta la oración, cuando lo despierta el paisano que agredió, borracho, a Bandeira. (Otálora recuerda que ese hombre ha compartido con los otros la noche de tumulto y de júbilo y que Bandeira lo sentó a su derecha y lo obligó a seguir bebiendo.) El hombre le dice que el patrón lo manda buscar. En una suerte de escritorio que da al zaguán (Otálora nunca ha visto un zaguán con puertas laterales) está esperándolo Azevedo Bandeira, con una clara y desdeñosa mujer de pelo colorado. Bandeira lo pondera, le ofrece una copa de caña, le repite que le está pareciendo un hombre animoso, le propone ir al Norte con los demás a traer una tropa. Otálora acepta; hacia la madrugada están en camino, rumbo a Tacuarembó.

Empieza entonces para Otálora una vida distinta, una vida de vastos amaneceres y de jornadas que tienen el olor del caballo. Esa vida es nueva para él, y a veces atroz, pero ya está en su sangre, porque lo mismo que los hombres de otras naciones veneran y presienten el mar, así nosotros (también el hombre que entreteje estos símbolos) ansiamos la llanura inagotable que resuena bajo los cascos. Otálora se ha criado en los barrios del carrero y del cuarteador; antes de un año se hace gaucho. Aprende a jinetear, a entropillar la hacienda, a carnear, a manejar el lazo que sujeta y las boleadoras que tumban, a resistir el sueño, las tormentas, las heladas y el sol, a arrear con el silbido y el grito. Sólo una vez, durante ese tiempo de aprendizaje, ve a Azevedo Bandeira, pero lo tiene muy presente, porque ser hombre de Bandeira es ser considerado y temido, y porque, ante cualquier hombrada, los gauchos dicen que Bandeira lo hace mejor. Alguien opina que Bandeira nació del otro lado del Cuareim, en Rio Grande do Sul; eso, que debería rebajarlo, oscuramente lo enriquece de selvas populosas, de ciénagas, de inextricable y casi infinitas distancias. Gradualmente, Otálora entiende que los negocios de Bandeira son múltiples y que el principal es el contrabando. Ser tropero es ser un sirviente; Otálora se propone ascender a contrabandista. Dos de los compañeros, una noche, cruzarán la frontera para volver con unas partidas de caña; Otálora provoca a uno de ellos, lo hiere y toma su lugar. Lo mueve la ambición y también una oscura fidelidad. Que el hombre (piensa) acabe por entender que yo valgo más que todos sus orientales juntos.

Otro año pasa antes que Otálora regrese a Montevideo. Recorren las orillas, la ciudad (que a Otálora le parece muy grande); llegan a casa del patrón; los hombres tienden los recados en el último patio. Pasan los días y Otálora no ha visto a Bandeira. Dicen, con temor, que está enfermo; un moreno suele subir a su dormitorio con la caldera y con el mate. Una tarde, le encomiendan a Otálora esa tarea. Éste se siente vagamente humillado, pero satisfecho también.

El dormitorio es desmantelado y oscuro. Hay un balcón que mira al poniente, hay una larga mesa con un resplandeciente desorden de taleros, de arreadores, de cintos, de armas de fuego y de armas blancas, hay un remoto espejo que tiene la luna empañada. Bandeira yace boca arriba; sueña y se queja; una vehemencia de sol último lo define. El vasto lecho blanco parece disminuirlo y oscurecerlo; Otálora nota las canas, la fatiga, la flojedad, las grietas de los años. Lo subleva que los esté mandando ese viejo. Piensa que un golpe bastaría para dar cuenta de él. En eso, ve en el espejo que alguien ha entrado. Es la mujer de pelo rojo; está a medio vestir y descalza y lo observa con fría curiosidad. Bandeira se incorpora; mientras habla de cosas de la campaña y despacha mate tras mate, sus dedos juegan con las trenzas de la mujer. Al fin, le da licencia a Otálora para irse.

Días después, les llega la orden de ir al Norte. Arriban a una estancia perdida, que está como en cualquier lugar de la interminable llanura. Ni árboles ni un arroyo la alegran, el primer sol y el último la golpean. Hay corrales de piedra para la hacienda, que es guampuda y menesterosa. El Suspiro se llama ese pobre establecimiento.

Otálora oye en rueda de peones que Bandeira no tardará en llegar de Montevideo. Pregunta por qué; alguien aclara que hay un forastero agauchado que está queriendo mandar demasiado. Otálora comprende que es una broma, pero le halaga que esa broma ya sea posible. Averigua, después, que Bandeira se ha enemistado con uno de los jefes políticos y que éste le ha retirado su apoyo. Le gusta esa noticia.

Llegan cajones de armas largas; llegan una jarra y una palangana de plata para el aposento de la mujer; llegan cortinas de intrincado damasco; llega de las cuchillas, una mañana, un jinete sombrío, de barba cerrada y de poncho. Se llama Ulpiano Suárez y es el capanga o guardaespaldas de Azevedo Bandeira. Habla muy poco y de una manera abrasilerada. Otálora no sabe si atribuir su reserva a hostilidad, a desdén o a mera barbarie. Sabe, eso sí, que para el plan que está maquinando tiene que ganar su amistad.

Entra después en el destino de Benjamín Otálora un colorado cabos negros que trae del sur Azevedo Bandeira y que luce apero chapeado y carona con bordes de piel de tigre. Ese caballo liberal es un símbolo de la autoridad del patrón y por eso lo codicia el muchacho, que llega también a desear, con deseo rencoroso, a la mujer de pelo resplandeciente. La mujer, el apero y el colorado son atributos o adjetivos de un hombre que él aspira a destruir.

Aquí la historia se complica y se ahonda. Azevedo Bandeira es diestro en el arte de la intimidación progresiva, en la satánica maniobra de humillar al interlocutor gradualmente, combinando veras y burlas; Otálora resuelve aplicar ese método ambiguo a la dura tarea que se propone. Resuelve suplantar, lentamente, a Azevedo Bandeira. Logra, en jornadas de peligro común, la amistad de Suárez. Le confía su plan; Suárez le promete su ayuda. Muchas cosas van aconteciendo después, de las que sé unas pocas. Otálora no obedece a Bandeira; da en olvidar, en corregir, en invertir sus órdenes. El universo parece conspirar con él y apresura los hechos. Un mediodía, ocurre en campos de Tacuarembó un tiroteo con gente riograndense; Otálora usurpa el lugar de Bandeira y manda a los orientales. Le atraviesa el hombro una bala, pero esa tarde Otálora regresa al Suspiro en el colorado del jefe y esa tarde unas gotas de su sangre manchan la piel de tigre y esa noche duerme con la mujer de pelo reluciente. Otras versiones cambian el orden de estos hechos y niegan que hayan ocurrido en un solo día.

Bandeira, sin embargo, siempre es nominalmente el jefe. Da órdenes que no se ejecutan; Benjamín Otálora no lo toca, por una mezcla de rutina y de lástima.

La última escena de la historia corresponde a la agitación de la última noche de 1894. Esa noche, los hombres del Suspiro comen cordero recién carneado y beben un alcohol pendenciero. Alguien infinitamente rasguea una trabajosa milonga. En la cabecera de la mesa, Otálora, borracho, erige exultación sobre exultación, júbilo sobre júbilo; esa torre de vértigo es un símbolo de su irresistible destino. Bandeira, taciturno entre los que gritan, deja que fluya clamorosa la noche. Cuando las doce campanadas resuenan, se levanta como quien recuerda una obligación. Se levanta y golpea con suavidad a la puerta de la mujer. Ésta le abre en seguida, como si esperara el llamado. Sale a medio vestir y descalza. Con una voz que se afemina y se arrastra, el jefe le ordena:

-Ya que vos y el porteño se quieren tanto, ahora mismo le vas a dar un beso a vista de todos.

Agrega una circunstancia brutal. La mujer quiere resistir, pero dos hombres la han tomado del brazo y la echan sobre Otálora. Arrasada en lágrimas, le besa la cara y el pecho. Ulpiano Suárez ha empuñado el revólver. Otálora comprende, antes de morir, que desde el principio lo han traicionado, que ha sido condenado a muerte, que le han permitido el amor, el mando y el triunfo, porque ya lo daban por muerto, porque para Bandeira ya estaba muerto.

Suárez, casi con desdén, hace fuego.


sábado, 5 de mayo de 2012

Entrevista a Joost Smiers: Imagine no copyright

Joost Smiers, holandés, doctor en Ciencias Políticas, autor de “Un mundo sin copyright” y el recientemente publicado en internet “Imagine there’s no copyright and no cultural conglomerates too”, habló en el MICA sobre el agotamiento del actual sistema de derechos de autor y sus perjuicios para los creadores. Entrevistado por Recursos Culturales, afirmó que “no es aceptable que existan empresas que dominen la producción, distribución, comercialización y recepción de las expresiones culturales”.
Por Federico Borobio


RC-   ¿Cuál es el efecto del actual sistema de copyright sobre los artistas y las industrias culturales?
JS-    La realidad es que la mayoría de los artistas no ganan ningún dinero con el sistema de derechos de autor. La mayor parte del tiempo, este sistema sólo les da problemas. En realidad, el sistema del derecho de autor es una protección a la inversión que funciona bien para las grandes empresas culturales. Les da la oportunidad de estar protegidos para invertir fuertemente en éxitos de ventas, estrellas, y películas taquilleras.
Al mismo tiempo, las empresas controlan las circunstancias de la producción, distribución, recepción y comercialización de esas estrellas, libros y  películas. La consecuencia es que la diversidad realmente existente de las expresiones culturales - realizadas por varios artistas - ha sido empujada a los márgenes de los mercados culturales y se hace casi invisible para la mayoría del público. Por lo tanto, la mayoría de los artistas no pueden tener los ingresos suficientes  para ganarse la vida con su esfuerzo.

Pero también para nuestro campo común de las expresiones culturales se produce una pérdida. El alcance de lo que vamos a oír, ver y leer, se redujo a unas pocas estrellas, libros y films, en lugar de la enorme diversidad que existe en la realidad. Para nuestra comunicación cultural humana, se trata de un alto precio que  pagamos por un modelo de mercado que sirve de soporte a las empresas culturales dominantes, más que el interés común.

Otro grave problema es que no podemos modificar las películas, música, libros que se han producido. Este es un enorme déficit democrático. Como miembros de la sociedad hemos sido degradados al rol de consumidores pasivos, en lugar de ser ciudadanos activos que puedan resignificar las expresiones culturales que están disponibles y cambiarlas, como ocurrió en todas las culturas, en todas partes del mundo. El sistema del derecho de autor congela nuestras culturas. Sólo el “dueño” de una melodía tiene derecho a utilizar la obra, y modificarla.
Es bizarro que las melodías, imágenes y textos, que tienen su origen en nuestro dominio público del conocimiento y la creatividad, no puedan ser cambiadas. Es bizarro que pueda existir un “propietario” de las melodías, textos e imágenes.

RC-   ¿Por dónde pasa entonces el rumbo de las  industrias culturales?
JS-    ¿Qué queremos decir con industrias culturales? ¿El gran mercado que dominan las empresas culturales? ¿O bien, todas las empresas culturales? ¿Grandes, medianas o pequeñas? Parece evidente que su posición en el mercado cultural es completamente diferente.
Yo diría que no es aceptable que existan empresas culturales que dominan las circunstancias de la producción, distribución, comercialización y recepción de las expresiones culturales. En general, debemos estar en contra de la existencia de empresas que dominan los mercados. Y en el ámbito de la información y la cultura,  es incluso peligroso para la democracia y para nuestra comunicación como hombres libres que existan.  Tampoco hay razón para afirmar que es necesario  tenerlas.
Lo que debemos hacer, es activar y revitalizar la competencia y las políticas antimonopólicas. ¿Con qué propósito? Para recortar en muchas partes el poder de las empresas en los ámbitos de la información y la cultura que son demasiado grandes. La consecuencia será que muchas más empresas podrán existir en estos campos - sin que ninguna de ellas domine los mercados culturales. Por otra parte, el público será más libre para hacer su propia elección, sin ser empujado en direcciones determinadas por las empresas que tienen grandes presupuestos de marketing.

RC-   Muchos artistas ven el copyright como una garantía de ingresos presentes o futuros. ¿Qué les dirías?

JS -    Como dije antes, la mayoría de los artistas no obtienen un centavo con el sistema de derechos de autor. ¿Cómo pueden soñar que este sistema es beneficioso para ellos?

RC-   ¿Las licencias Creative Commons son una opción? ¿Pueden ser un paso hacia un nuevo sistema?
JS-    Creative Commons no es una opción, por varias razones.  Con este sistema se mantienen intactas las injustificables condiciones del mercado que acabo de mencionar, y se mantiene el injusto sistema de derechos de autor  actual.
 Lo que hace Creative Commons sirve para crear un nicho para las personas a las que les gusta compartir sus trabajos con los demás. Obviamente, me encanta compartir. Pero ¿nunca pensó en dar a los artistas una perspectiva de ganar dinero? Creative Commons no se preocupa por esta cuestión, y ciertamente no se trata del tan necesario cambio en las relaciones de poder en los mercados culturales.

RC-    ¿Qué pensás del fenómeno de la llamada “piratería” en internet? ¿Ha llegado para quedarse, es posible revertirlo?

JS-    Cuando dejemos de tener el sistema de derechos de autor, no habrá más piratería. La piratería está quitando algo a un propietario. En mi propuesta, la propiedad privada de las expresiones culturales no existe más. Por lo tanto, nadie puede robar una melodía: si no hay propiedad ¡no hay robo!
Al mismo tiempo, se podría decir, todo el mundo puede utilizar una melodía, libro o film de otra persona. Sin embargo, no todo el mundo tiene una posición dominante en el mercado. Por lo tanto, no está en condiciones de ganar mucho dinero, ni algún dinero, con el trabajo de otra persona.

RC-    Crisis o no, las pequeñas empresas se siguen desarrollando y muestran un fuerte dinamismo y capacidad de adaptación a las nuevas condiciones. ¿Cómo ves el rol y el futuro de estos emprendimientos?
JS-    Obviamente, muchas pequeñas empresas en el ámbito de las expresiones culturales hacen trabajos maravillosos. Admiro lo que hacen. Sin embargo, tienen todavía un trabajo muy difícil por delante. Operan en mercados que han estado dominados por unos pocos conglomerados culturales que tratan de atraer, con enormes esfuerzos de marketing, la atención - y el poder de compra - de la mayoría de los ciudadanos, y los convierten en consumidores pasivos. En estas condiciones injustas y desiguales, las pequeñas empresas deben tratar de llegar a los oídos y los ojos de los ciudadanos. Esta es una tarea casi imposible de hacer. No tenemos igualdad de condiciones de juego en los mercados culturales.

¿Cuál es tu visión sobre el estado del debate por lo vivido en las conferencias del MICA?
JS-    Fue un gran honor y un placer estar en MICA. Muchos de los debates que pude seguir fueron fuentes de inspiración para mí. Me gustó haber tenido la oportunidad de ser entrevistado en una sesión pública por María Iribarren y participar en un panel de discusión con Pablo Wegbrait y Beatriz Busaniche, presidido por Gabriel Diner. Inesperadamente, hubo también una larga entrevista conmigo y Pablo Wegbrait en Pagina 12.

En cuanto al MICA tengo una pregunta. En el nombre se puede encontrar la palabra  “industrias culturales”. Como dije antes, ¿este mercado se refiere a las empresas culturales dominantes, o sobre todo a las medianas y pequeñas empresas culturales? Estas entidades tienen intereses económicos, culturales y democráticos completamente diferente. No veo cómo pueden ser reunidas en una plataforma de negocios.


- Más allá de la crisis, los conglomerados son aún poderosos, y la legislación anti-piratería parece tender a avanzar y endurecerse. ¿Cuáles serían las razones para imaginar un mundo sin copyright?
JS-    Mas allá de las razones que ya mencioné en relación al sistema de derechos de autor. ¿Si tuvieramos que empezar de nuevo, en la actualidad, inventaríamos un mecanismo como los derechos de autor? Por supuesto que no.

Parece evidente que la actual digitalización hace cada vez más difícil mantener el sistema de derechos de autor y que éste sea obedecido. ¿Cuánta más fuerza de policía nos gustaría invertir en la defensa de estos intereses privados,  en un mercado dominado por empresas que no merecen este privilegio? ¿No es más importante la utilización de la fuerza de policía en luchar contra el tráfico de mujeres y niños, el dinero negro y la corrupción, el comercio ilegal de armas?

Sí, efectivamente, los conglomerados son todavía poderosos, y la legislación contra la piratería causa que el poder de policía penetre cada vez más en nuestra intimidad. Todo esto es cierto. Sin embargo, no es la primera vez en la historia que los desarrollos más improbables tienen lugar durante la noche. Véase, por ejemplo, la caída del Muro de Berlín.

sábado, 13 de agosto de 2011

El duelo o la refutación del horóscopo

El duelo o la refutación del horóscopo - Alejandro Dolina


Los dos hombres nacen el mismo día, a la misma hora. Sus vidas no se cruzan
hasta que son enamorados por la misma mujer. Entonces se encuentran y pelean por
ella. Uno de ellos obtiene la victoria y el amor. Al otro le corresponde el
dolor, la humillación y quizá la muerte. Los astrólogos han previsto ese día el
mismo horóscopo para los dos. Tal vez son erróneos los vaticinios.

O tal vez se equivoca uno al pensar que el amor y la muerte son destinos
distintos.


Alejandro Ricardo Dolina (Baigorrita, partido de General Viamonte, provincia de Buenos Aires, 20 de mayo de 19441 ) es un escritor, músico, conductor de radio y de televisión y actor argentino. Realizó estudios de Derecho, Música, Letras e Historia.

La caricatura pertenece a: http://joanmanumac.deviantart.com/

viernes, 13 de mayo de 2011

Las relaciones peligrosas

Una cierva se enamoró de un tigre. Temía acercarse a su amado, eficaz cazador.

Cierta tarde, decidida a morir devorada antes que de amor, oculta tras unas ramas, dijo a su amado enemigo:

-Oh, tigre, te amo. Dame una oportunidad. Mírame y permíteme escapar si no te agrado.

-Bueno -aceptó el tigre, que ya había comido.

Atravesó las ramas tras las que se ocultaba la cierva, y permaneció mirándola durante un largo rato.

Luego, la cierva propuso casamiento y el tigre aceptó.

En la fiesta del enlace, cuando los ciervos hubieron bailado y bebido (los tigres no fueron, pues desaprobaban la boda), el tigre se lanzó sobre los amigos y familiares de su reciente esposa, y comenzó a devorarlos uno por uno, sin dificultades.

-¿Qué haces? -gritó desesperada la cierva, cuando ya quedaban pocos de los suyos.

-Si te enamoras de tu enemigo -dijo el tigre—, ten al menos la fidelidad de abandonar a tus amigos.

Marcelo Birmajer

Texto incluido en "Cuentos para seguir creciendo"
www.me.gov.ar/lees - campnacionaldelectura@me.gov.ar

viernes, 25 de marzo de 2011

Los dos reyes y los dos laberintos

Los dos reyes y los dos laberintos
(El Aleph - 1949 - Jorge Luis Borges)

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres.

Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta.
Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto.

Cabalgaron tres días, y le dijo:Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso." Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed.

La gloria sea con aquel que no muere.

martes, 4 de enero de 2011

Axolotl - Julio Cortázar

de Julio Cortázar / Final del Juego

Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.

El azar me llevó hasta ellos una mañana de primavera en que París abría su cola de pavo real después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port Royal, tomé St. Marcel y L’Hôpital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era amigo de los leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y oscuro edificio de los acuarios. Dejé mi bicicleta contra las rejas y fui a ver los tulipanes. Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dormía. Opté por los acuarios, soslayé peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl. Me quedé una hora mirándolos, y salí incapaz de otra cosa.

En la biblioteca Saint-Geneviève consulté un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género amblistoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado ejemplares en África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y que continúan su vida en el agua al llegar la estación de las lluvias. Encontré su nombre español, ajolote, la mención de que son comestibles y que su aceite se usaba (se diría que no se usa mas) como el de hígado de bacalao.

No quise consultar obras especializadas, pero volví al día siguiente al Jardin des Plantes. Empecé a ir todas las mañanas, a veces de mañana y de tarde. El guardián de los acuarios sonreía perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de hierro que bordea los acuarios y me ponía a mirarlos. No hay nada de extraño en esto porque desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos. Me había bastado detenerme aquella primera mañana ante el cristal donde unas burbujas corrían en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (solo yo puedo saber cuan angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario. Había nueve ejemplares y la mayoría apoyaba la cabeza contra el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi avergonzado, sentí como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inmóviles aglomeradas en el fondo del acuario. Aislé mentalmente una situada a la derecha y algo separada de las otras para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de quince centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte mas sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas. Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior. Un delgadísimo halo negro rodeaba el ojo y los inscribía en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total semejanza con una estatuilla corroída por el tiempo. La boca estaba disimulada por el plano triangular de la cara, solo de perfil se adivinaba su tamaño considerable; de frente una fina hendedura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una excrescencia vegetal, las branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino, apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades peleas fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.

Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaz de evadirse de ese sopor mineral en el que pasaban horas enteras. Sus ojos sobre todo me obsesionaban. Al lado de ellos en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con el dedo en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor reacción. Los ojos de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz, seguían mirándome desde una profundidad insondable que me daba vértigo.

Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo supe el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido que no me apoyaba en analogías fáciles. Solo las manecitas... Pero una lagartija tiene también manos así, y en nada se nos parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojitos de oro. Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales.

Parecía fácil casi obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axolotl una metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexión desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos, sálvanos». Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles, de pronto las ramillas rosadas de las branquias de enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras aztecas inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable, ¿qué imagen esperaba su hora?

Les temía. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del guardián, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. «Usted se los come con los ojos», me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hacía mas que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia. Llegué a ir todos los días, y de noche los imaginaba inmóviles en la oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos veían en plena noche, y el día continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de los axolotl no tienen párpados.

Ahora sé que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada mañana al inclinarme sobre el acuario el reconocimiento era mayor. Sufrían, cada fibra de mi cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del agua. Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de esa condena eterna, de ese infierno líquido que padecían. Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada de extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez mas de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi me cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.

Sólo una cosa era extraña: seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible. El estaba fuera del acuario su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo siendo él mismo, yo era un axolotl y estaba en mi mundo. El horror venía -lo supe en el mismo momento- de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mi que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.

El volvió muchas veces pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo ví, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es pensar, pude pensar mucho en él. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que él se sentía mas que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes están cortados entre el y yo porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a él -ah, solo en cierto modo-, y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un hombre es solo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo, en los primeros días cuando yo era todavía él. Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.

domingo, 5 de diciembre de 2010

El asado

Fragmento de "El río sin orillas" de Juan José Saer

Es que la carne de vaca asada a las brasas, el "asado", es no únicamente el alimento de base de los argentinos, sino el núcleo de su mitología, e incluso de su mística. Un asado no es únicamente la carne que se come, sino también el lugar donde se la come, la ocasión, la ceremonia.
Además de ser un rito de evocación del pasado, es una promesa de reencuentro y de comunión.
Como reminiscencia del pasado patriarcal de la llanura, es un alimento cargado de connotaciones rurales y viriles, y en general son hombres los que lo preparan. Además de ciertas partes carnosas de la vaca, prácticamente todas las vísceras son aptas para la parrilla: intestinos, riñones, mollejas, corazón, ubres de la vaca y testículos del toro.
El asado se cocina a fuego lento y puede llevar horas, pero esa cocción demorada es menos una regla de oro gastronómica que un pretexto para prolongar los preliminares, es decir la conversación fogosa, las llegadas graduales de los invitados que, trayendo alguna botella de vino para colaborar, van cayendo a medida que sus ocupaciones se lo permiten, incorporándose a la charla animada, no sin pasar un momento por la parrilla para inspeccionar el fuego o cruzar un par de frases con el asador.
Es falta de respeto dar consejos o mostrar aprensión sobre la autoridad del que esta asando, aunque cada uno de los presentes tiene su propia teoría sobre cómo deben hacerse las cosas.
El asado reconcilia a los argentinos con sus orígenes y les da la ilusión de continuidad histórica y cultural. Todas las comunidades extranjeras lo han adoptado, y todas las ocaciones son buenas para prepararlo. Cuando vienen los amigos del extranjero, cuando alguien obtiene algún triunfo profesional, cuando hace buen tiempo. Cuando los albañiles estan haciendo una casa ponen el techo, atan una rama verde en el punto mas alto de la construccion y hacen un asado.
A pesar de su carácter rudimentario, casi salvaje, el asado es rito y promesa, y su esencia mística se pone en evidencia porque le da a los hombres que se reúnen para prepararlo y comerlo en conpañía, la ilusión de una coincidencia profunda con el lugar en el que viven. La crepitación de la leña, el olor de la carne que se asa en la templanza benévola de los patios, del campo, de las terrazas, no desencadenan por cierto ningún efluvio metafísico predestinado a esa tierra, pero si en cambio, repitiendo en un orden casi invariante una serie de sensaciones familiares, acuerdan esa impresión de permanencia y de continuidad sin la cual ninguna vida es posible.
Al anochecer, se encienden los primeros fuegos. Un olor a leña, y después de carne asada es lo que sobresale cuando empieza a oscurecer en el campo, en las orillas del río, en los pueblos y en las ciudades.
Repartido en muchos hogares, no siempre equitativos, el fuego único de Heráclito arde plácido o turbulento, iluminando y entibiando ese lugar, que, ni más ni menos prestigioso que cualquier otro, es, sin embargo, único también, a causa de unos azares llamados historia, geografía y civilización; el fuego arcaico y sin fin acompañado de voces humanas que resuenan a su alrededor y que van transformándose poco a poco en susurros hasta que por último, ya bien entrada la noche, inaudibles, se desvanecen.


Juan José Saer nació en Serodino (Provincia de Santa Fe) el 28 de junio de 1937. Fue profesor de la Universidad Nacional del Litoral, donde enseñó Historia del Cine y Crítica y Estética Cinematográfica. En 1991 publicó el ensayo El río sin orillas, con gran repercusión en la crítica, y en 1997, El concepto de ficción. Su producción poética está recogida en El arte de narrar (1977), paradójico título que expresa, quizás, el intento constante de Saer por –según sus propias palabras– "combinar poesía y narración". Ha sido traducido al francés, inglés, alemán, italiano y portugués.

jueves, 12 de agosto de 2010

Jorge Luis Borges - El amenazado

Es el amor. Tendré que cultarme o que huir.

Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.


La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.


¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño? Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.


Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.


Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.


Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles. Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar. Ya los ejércitos me cercan, las hordas.


(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)


El nombre de una mujer me delata.


Me duele una mujer en todo el cuerpo.


Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 – Ginebra, 14 de junio de 1986) fue un escritor argentino, uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX en este país. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas. Su obra, fundamental en la literatura y en el pensamiento humano, ha sido objeto de minuciosos análisis y de múltiples interpretaciones, trasciende cualquier clasificación y excluye cualquier tipo de dogmatismo.
Ciego a los 55 años, personaje polémico, con posturas políticas que le impidieron ganar el Premio Nobel de Literatura al que fue candidato durante casi treinta años, Borges siempre soñó con que la posteridad le perdonara sus errores y le concediera la gloria de que se lo recordase por sus mejores textos.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Cementerio de niños

Un buscador recorría el mundo tratando de encontrar la verdad suprema. Andando por las afue­ras de un pueblo descubrió un ce­menterio, el lugar era hermoso y comenzó a recorrerlo.

Observó que las lápidas decían el nombre y números que indicaban el tiempo de vida: 4 años, 3 meses y 7 días con 12 horas; en otra se leía 8 años, 1 mes y 20 días ó 3 años y 6 meses ó 2 años, 1 mes y 14 horas con 18 minutos.

Al principio le sorprendió la mi­nuciosidad con la que marcaban el tiempo, pero luego dedujo que el lugar era un cementerio de niños, este descubrimiento lo dejó pro­fundamente conmocionado y se preguntó:
-¿Qué habrán hecho? ¿Qué habrá pasado en este pueblo para tener que construir un cementerio de ni­ños? ¿Cuál es la desgracia que aquí ocurrió?

Estaba realmente impactado, al ver­lo en ese estado una persona del lu­gar se acercó a preguntarle qué le pasaba. El buscador le contestó: -Esto es terrible, dígame qué ha pa­sado en este lugar que han tenido que enterrar tantos niños.

-Pero no... no ocurrió nada de eso, -contestó el hombre y le explicó: Cuando nacemos en este pueblo es tradición recibir una libretita como la que tengo colgada de mi cuello.
Cada vez que experimen­tamos una sensación que nos co­necta con la vida, una vivencia sentida con conciencia, un verda­dero tiempo de vida, lo anotamos en la libreta.
Cuando partimos de esta tierra nos sacan la libreta y se suman todos los momentos realmente vividos y esto es lo que ponen en la lápida. Entendemos que ése es el único tiempo en que realmente hemos estado vivos.

lunes, 5 de abril de 2010

Cuadrilla

Juan amaba a Teresa
que amaba a Raimundo
que amaba a María que amaba a Joaquín
que amaba a Lilí
que no amaba a nadie.

Juan fue a Estados Unidos,
Teresa al convento,
Raimundo murió en accidente,
María quedó para tía,
Joaquín se suicidó
y Lilí se casó con J. Pinto Fernández
que no había entrado en la historia.

Carlos Drummond de Andrade,
poeta, periodista y político brasileño, nació en 31 de octubre en la ciudad de Itabira, Minas Gerais (Brasil) en 1902.
A los 23 años edita junto a otros escritores La Revista, cuyo objeto era dar difusión a las expresiones del "modernismo brasileño", movimiento que tiene su inicio durante la Semana de Arte Moderna realizada en São Paulo durante 1922.

miércoles, 27 de enero de 2010

GRAL ROBUSTIANO DEL CASTILLO: UN SOLDADO DE LA DEMOCRACIA

Un cuento de Roberto Fontanarrosa

Es el 12 de julio de 1811. Dos días después de El Grito de Calingasta, lanzado por los latifundistas cuyanos contra el poder español, el general Robustiano Del Castillo comprende que ha comenzado a abrazar, decididamente, la causa de la democracia.

El grito libertario surgido desde Trapiche del Mosto tiene la virtud de conmoverlo.

No es el pétreo general nacido en Carcarañá un hombre en particular sensible ni afecto a las demostraciones emocionales.

Sin embargo, la noticia de la revuelta, traída a galope tendido por un chasque, lo impacta notoriamente.

Su tropa, e1 5° de Cachapeceros Correntinos, esta extendida cuan larga es, acampando, a orillas del río Yaguané de los Palos.

Del Castillo solicita su caballo al sargento primero Eudoro Acuña. Y no lo hace por medio de un formulario por triplicado, como lo dicta la burocracia militar de la época. Tonante, el soldado de la Patria exige el ensillamiento perentorio, amparándose en la relevancia de su cargo.

Luego, cabalga hasta las orillas del importante curso de agua y, a la sombra de un gomero, reflexiona.

Por ultimo, escribe su famosa Carta a mi tío Eleuterio (actualmente exhibida en el Museo de Arte Moderno de Zapala, Neuquén) que, entre otras cosas, dice así: -Mi Querida Eleuterio, tío mío. Hoy veo todo a la luz de otra claridad. La noticia llegada desde el Norte me ha brindado la lucidez que no me dieran el resplandor del fuego del cañon ni el relumbrón del fanal a kerosén. Ardo por poner en practica mi nueva filosofía. Si no doy ahora un paso adelante es porque me sujeta mi disciplina militar y porque estoy al borde de las barrancas.

Un año después, los acontecimientos se precipitan. Robustiano Del Castillo exhibe ya sobre su uniforme azul las insignias de General, acordadas por el mismo Triunvirato porteño en reunión extemporánea.

Se las ha ganado en las escaramuzas de Calderillas, Higo Truncado y Cañadón del Sordo.

Pero Del Castillo anhela, aguarda, sueña, con una batalla en toda la línea contra el opresor godo.

La oportunidad lo espera, antojadiza, a orillas de otro río, el caudaloso Pilcomayo de las Chacras, afluente natural del Boquerón, tributario del Chachahuen Negro, con un caudal pletórico de surubí, mandubay, y viejadelagua.

El sitio predestinado para el combate es la planicie de Pampa de los Chanchos, cerca de Aymaya, flanqueada por las colinas y cuchillas de lo que se ha dado en llamar por los lugareños Baldíos Grandes.


Del otro lado del río y entre los árboles, asomando sus fortificaciones cual la cabeza desmelenada de un gigante, encaramado en lo más alto de esas elevaciones, se avista el Fuerte Carapachay, dominando el curso fluvial y el vital paso de los lanchones frutales que, cargados de paltas, quinotos y chirimoyas, abastecen a los mercados de Goya y Florianópolis.

Dos años hace que los habitantes de esos poblados no reciben melón, guayaba, sandia, tomate perita ni chaucha balina.

Estallan las quejas populares contra el Marques de Botafogo; alguacil mayor de Santa Catarina.

El ejercito patriota de Robustiano Del Castillo vela sus armas en la orilla opuesta del rio, aguardando la orden de atacar la desafiante fortificación.

El 8 de noviembre de 1812 llega, por fin, la orden esperada.

Termina, al parecer, una vigilia de cuatro largos meses soportando los fríos del invierno paraguayo, el flagelo constante de la fiebre amarilla, el pie de atleta, el escorbuto y la pediculosis, males que sin embargo no han hecho flaquear el espíritu de la tropa.

Son los mismos hombres triunfadores en las batallas de Sierras del Changui y Nonogasta, en las cinchadas contra la marinería del Comandante Espora y en los juegos florales de la parroquia de Nuestra Santa Señora Albinoni de Tranco Largo.

En el atardecer de ese día 8, el general Del Castillo ordena que suene el clarín llamando a formar. Siete mil hombres lo rodean al instante.

Se palpa en el aire la excitación previa a los grandes eventos militares.

Del Castillo, con la ayuda de dos de sus oficiales, se trepa a lo alto de un horno de pan.

Hay que recordar que su pie izquierdo ya no es el mismo, tras haber sido pisado por su fiel percherón Aconcagua en el combate de Tabla Rasa.

Cuatro veces resbala y cae de la cúpula del horno de pan, húmeda por la sempiterna llovizna de la zona, pero cuatro veces se reincorpora y vuelve a subirse, para hablar a su tropa.

-¡Soldados! -declama, con toda la voz que tiene-. ¡He recibido desde Buenos Aires la orden que todos estábamos esperando! -la tropa, en pleno, estalla en vítores, imaginando el carácter de la noticia-.

-¡Se nos ordena atacar y destruir Fuerte Carapachay, ese reducto godo que desde hace ya cuatro meses nos humilla y ofende con su sola presencia! -nuevos vítores estentóreos-.

-¡Yo considero que la orden es lógica y criteriosa, dado que es esa fortificación la que esta deteniendo el avance de nuestras tropas hacia el Alto Perú. Pero ustedes sabrán que desde el 10 de julio de 1811, más precisamente desde el Grito de Calingasta, se respiran aires de democracia! ¡Por lo tanto yo, como mis superiores, podemos estar equivocados! ¡La Democracia es participación, debate, disenso, entonces, antes de tomar ninguna determinación, quiero consultar la opinión de todos ustedes para llegar, mancomunadamente, a una resolución consensuada, general y que, aunque no alcance las características de unánime, refleje al menos un acuerdo mínimo y mayoritario!

Se hace un silencio.

El tiempo parece detenerse a orillas del caudaloso Pilcomayo de las Chacras.

Ni el grito quejumbroso del carau corta el aire perfumado del atardecer.

Los soldados comprenden que se hallan ante otro general Del Castillo, desprovisto ahora de su áspera corteza, pero tan firme y arrojado como siempre.

- ¡Pido la palabra! - truena un soldado, adelantándose con la mano en alto. Del Castillo se la concede-. -Yo opino, General, que no tenemos tiempo para afrontar la empresa -dice el soldado, linda estampa de criollo, acento entrerriano al hablar-.

-Atacar ese fuerte ha de llevarnos, siendo optimistas, más de ocho días, incluyendo operaciones de limpieza y rejunte de prisioneros, amen de recomponer los escombros y amontonar los caídos ...

Del Castillo lo mira, algo confuso, aguardando el final de la perorata.

-¿Y eso que importa, soldado? -pregunta, al fin.

-Que yo y mi hermano Raulo pasado mañana tenemos que irnos para Tucumán, a trabajar en la zafra - dice el muchacho.

Del Castillo se pasa la mano por la mandíbula, pensativo.

-Nos habían dicho que esta campaña terminaría el mes pasado -agrega el soldado-. Por eso nos enganchamos.

-Anote, Ibarra -ordena Del Castillo a su edecán de campo, que toma apuntes en un cuaderno de una raya.

-¡Aca, General, aca! -se escucha otra voz ronca.

Del Castillo dirige su mirada hacia el sector donde se ha elevado la petición.

Hay una multitud de manos que se levantan.

El General señala una de ellas, a la que le faltan tres dedos, señal del coraje en el campo de batalla.

- Yo creo que hay que esperar hasta que venga el verano -vocifera un hombretón casi gordo, que luce el uniforme de los Zapadores de Villa Eloisa.

Hay un murmullo de disgusto y voces de desaprobación-.

-¡Hasta que venga el verano! -repite el hombre, sin amilanarse-. En esta zona -prosigue- para enero, febrero, llega la sequía y este río que ahora vemos tumultuoso, se convierte en un hilo de agua que se puede cruzar de un saltito. Eso nos ahorraría la Masacre que sin duda puede deparar cruzarlo ahora, en botes y bajo el fuego enemigo.

-En ese fuerte -el hombretón señala la orilla de enfrente- hay casi 47 cañones del 8 y un regimiento de fusileros de Badalona, Los carniceros del Guadalquivir, que pueden batir todo el ancho del río desde las almenas del fuerte mientras nosotros estamos inmovilizados en los botes.

Del Castillo asiente con la cabeza, impresionado. -Buena aseveración -aprueba-. Buena aseveración. Anote, Ibarra.

-¡Además ... -salta otro soldado, de pequeños anteojos sin marco y aspecto endeble- ...Yo siempre he dicho que hay que atacar por atrás! ¡Hay que ir hasta la desembocadura del río, sobre el Atlántico, subir después por Porto Alegre, Florianópolis, Camboriu, agarrar para Encruzilhada, bajar por Puerto Estigarribia, y caerles por la espalda! ¡No repitamos el error de ir de frente como en la batalla de Salsacate, donde nos encerraron entre dos columnas de caballería y nos dieron una paliza tremenda!

Se hace un silencio incomodo. Siete mil hombres cavilan.

Es la primera referencia directa hacia un error de estrategia de un superior.

-¡Ahora cualquiera cree que puede ser General! -grita una voz, respaldando a Del Castillo.

El General, aunque tocado, solicita calma con ambas manos.

- ¡Todos tienen derecho a opinar, todos tienen derecho! -reafirma.

- ¡Antes de discutir estas cosas -se eleva una voz, enérgica- hay muchos otros asuntos que tenemos que discutir!

-¿Que asuntos? -dice Del Castillo.

-Lo del uniforme, por ejemplo -un murmullo sordo fluctúa entre la aprobación y el desconcierto-.

-¿Hasta cuando vamos a usar estos uniformes de invierno? -sigue el soldado, casi un adolescente, tomando con la mano izquierda la gruesa tela de su puño derecho elevado-. Nos prometieron cambiarnos los uniformes en septiembre y ya estamos casi en noviembre. Aparte, habíamos quedado en que la franja del pantalón iba a ser roja y resulta que las mandaron amarillas ...

-Parecemos brasileños -secunda otro, anónimo.

- ... Y los talles están casi todos equivocados. A uno de mis compañeros le tocó uno que era rezago de la guerra contra los indios y tiene mas de quince agujeros de lanza ...

-Soldado, soldado -solicita Del Castillo-. Creo que tenemos temas mas urgentes ... -voces de aprobación circulan entre la tropa. Son, después de todo, adustos guerreros de la independencia.

- No es tan así... - niega en el aire el dedo índice del joven - . No es tan así...

- ¡Acá hay otra cosa! - arremete alguien, con voz tonante, desde mas atrás-.

-Si usted me permite, mi General... - Del Castillo concede la venia.

- Acá tenemos que precisar, de una vez por todas, cual es la función que estamos desempeñando ante la sociedad, cuál es nuestra finalidad de cara al mandato que nos entrega la Historia, el devenir de los acontecimientos o, si queremos enfocarlo desde un punto de vista mas filosófico o teológico, ese ser intangible y todopoderoso al que, si quieren, llamaremos Dios ...

-Muchachos, muchachos -opta por cortar Del Castillo-. Entiendo el deseo de opinar, de ser escuchados, yo mismo he alentado en ustedes esta inquietud, pero deben comprender que no tenemos mucho tiempo para arremeter contra el enemigo aleve o enviar una respuesta a Buenos Aires ...

-¡La banda, la banda! -grita alguien, maleducadamente, desde los confines de la soldadesca.

-¿Que banda? -parece, esta vez sí, molestarse el General.

- ¡La banda de musica del regimiento, General! ¡No puede ser que toque las cosas que toca! ¡Vidalas, vidalitas, shotís, merengues, bambucos ... !

Lo dicho dispara el caos.

Hay infinidad de opiniones encontradas, insultos duros, algún puntapié, salivazos.

Del Castillo ordena al clarín tocar a silencio.

-¡Soldados, mis hombres, mis valientes! -se enerva Del Castillo-. Esta no es manera de discutir civilizadamente. De cualquier forma, hemos recogido impresiones, hemos enriquecido nuestro conocimiento, pero no podemos eternizarnos en la discusión. Si no nos ponemos de acuerdo habrá que votar, como lo dictan las normas democráticas ...

Todos aprueban con la cabeza.

Los mas elocuentes son los esbeltos lanceros del coronel Bernardino Abdala, cuyos morriones se elevan casi medio metro sobre la estatura de cada uno.

-¡Una ultima cosita, mi General! -una voz femenina, aguda, estremece al ejercito.

Casi entre los últimos pelotones se divisa una mano pequeña y blanquecina.

Es Jacinta Palomeque, una de las tantas soldaderas que acompañan a sus hombres en las campañas militares.

Se oyen, entonces, silbidos agresivos, burlonas voces masculinas, aullidos de enojo y risas.

- ¡Lo único que falta, que ahora opinen las mujeres!

- ¡Dejemos opinar a los caballos, también!

- ¡A la cocina con esa hembra!

-¡Silencio! -el rugido del general Del Castillo paraliza la tarde.

De pie, erecto sobre el horno de pan, es un gigante frente a la soldadesca desbocada, un león ofendido por la desobediencia de esos groseros desconsiderados-.

-¡Será una mujer, pero ella también, como ser viviente, con entrañas y sentimientos, tiene el derecho a opinar como lo han hecho los demás! ¡Hable, señora!

- ¡Las tropas cruzaran el río, quizás, mañana por la mañana -empieza la mujer, que muestra en la cara el trajín de miles de kilómetros absorbiendo el polvo desprendido por los cascos de las cabalgaduras- cuando el sol comienza a calentar y el agua no esta tan fría! Digamos que para la siesta ya estarán atacando el Fuerte ...

Yo me pregunto ... ¿A qué hora se supone que vuelven?

Se desata una gritería de protesta. Hay sables en el aire, atrapando los últimos rayos solares.

- ¡Es que tenemos que saber a que hora vuelven, por la comida! -se desganita la mujer.

Del Castillo, temeroso de perder el control de la situación, indica al clarín que vuelva a llamar a silencio.

-Le informaremos con anticipación, señora -promete-. Le informaremos. Anote, Ibarra .

-¡Siempre nos dicen lo mismo y …! -persiste la soldadera.

-¡Una ultima propuesta, General! -una voz educada, acompaña a una mano huesuda que se agita en el aire. Pero hay rechiflas de disgusto, voces contrarias al pedido. –

-Hable, soldado ... -concede Del Castillo.

-Quiero que tenga en cuenta usted -comienza la voz, que refleja un acento extraño, coloraciones poco familiares, inflexiones ajenas- que en aquel fuerte que todos vemos, también hay seres humanos como nosotros, que viven, sufren y laboran como cualquiera, que tienen hijos ...

Una serie de manos hechas puños caen sobre quien habla, lo golpean en la cabeza, le voltean el quepis, retumban sobre sus espaldas.

- ¡No le peguen! -se estremece de furia el general Del Castillo-. ¡No es de hombres de bien pegarle a un compatriota!

- ¡Si no es un compatriota!

- ¡Es un prisionero!

- ¡Es un español!

- ¡Lo apresamos en Campo Orégano, cuando intentaba volar nuestra santabárbara!

-¡No importa! -clama el General, airado-. ¡También tiene derecho a la opinión! ¡Ningún extranjero será coartado en su derecho a opinar sobre nuestra bendita tierra!

De cualquier manera, el hispánico uniformado no retoma la palabra. Considera que ya ha dicho lo suficiente y, además, los golpes lo han disuadido de insistir.

-¡Soldados! -brama Del Castillo-. Al parecer, hay tantas opiniones como individuos conforman nuestra tropa. Iremos entonces a votación ...

Una aclamación aprueba la propuesta.

- ¡Que levanten la mano los que quieren atacar el fuerte -ofrece alguien, de acento correntino- y que después levanten la mano los que no quieren atacarlo!

-No -dice Del Castillo, cortante. -Serán elecciones a voto secreto y en un sitio oscuro. Ya hemos visto lo que paso con el prisionero que intento emitir una opinión contraria a la de la mayoría. Mañana mismo, desde temprano, habrá una carpa de campaña, donde votaran por el "No" aquellos que consideren inapropiado el ataque, y por el "Si" los que lo aprueben.

El clarín toca a descanso.

Esa noche, más de cien soldaderas, entre las que se encuentra la solicita Jacinta Palomeque, cortan, con los sables de sus compañeros, papeletas que llevaran las palabras "No" y "Si" escritas con carbón.

Las elecciones duran tres días, hasta el 11 de noviembre, y en ese lapso se prohíbe el consumo de bebida alcohólica, el juego de naipes, las riñas de gallos y los lances caballerescos.

Luego, el recuento de votos lleva otros siete días ya que el trabajo se hace dificultoso, dado que hay un solo oficial entre la tropa que domina razonablemente las matemáticas.

Por ultimo, se dan a conocer los resultados de la compulsa. Ha ganado el "No" abrumadoramente: 6897 votos contra 3. Hay 4 en blanco .

Del Castillo no vacila. Eufórico y convencido, redacta apresuradamente una carta al Triunvirato ejecutivo donde informa sobre los resultados de los sufragios.

Luego entrega esos papeles al mejor de sus jinetes y le ordena volar hasta Buenos Aires con el informe.

Un mes después, el mensajero llega a la Capital. Don Hilario Echevarria, tras leer la misiva, ruge su indignación y la transmite a don Gregorio Aldao y a Gabino Ezeiza.

Del Castillo ha desatendido la orden de atacar la fortificación de Carapachay y debe ser defenestrado.

Otro jinete, con otro caballo y con el edicto firmado por la Junta Gobernadora en pleno, regresa de inmediato hasta los llanos de Pampa de los Chanchos para terminar con la carrera militar de Robustiano Del Castillo.

Caprichos del destino, lastimosos devaneos de la historia. Robustiano Del Castillo es degradado a soldado raso el 24 de marzo de 1813, ante la vista angustiada de su tropa y a la sombra de un tala.

Seis días después, su reemplazante, el alférez Victoriano Albarracín Sosa, cruza el río Pilcomayo con su ejercito y asalta el fuerte de Carapachay.

Sus hombres, atónitos, desconcertados, descubren allí que el fuerte esta vacío, deshabitado, hueco.

Corridos por el hambre, hartos por la espera, agotados en fin por el aburrimiento de aguardar un ataque que nunca llegaba, los españoles se habían retirado del lugar tres años antes, a fines de 1809.

RF/ Publicado en el libro -Y TE DIGO MAS… de Roberto Fontanarrosa. Ediciones De la Flor.

Roberto Fontanarrosa (Rosario, Argentina, 26 de noviembre de 1944 – ídem, 19 de julio de 2007), El Negro, fue un humorista gráfico y escritor argentino. Algunas de sus obras se transmitieron por el Canal 7 de televisión pública.

lunes, 18 de enero de 2010

La coherencia, la locura de Pardal

Escrito por Néstor Sappietro

Lunes, 11 de Enero de 2010 13:25

(APe).- La coherencia tiene un costo. Esto lo puede corroborar la leyenda de Eugenio Pardal, un hombre que llevó hasta las últimas instancias el precepto de ser consecuente con cada uno de sus dichos. Todo lo que expusiera en una reunión de amigos, en la charla de la oficina, o en su casa delante de sus hijos debía corresponderse con sus actos mundanos. Esto suena bien y hasta parece sencillo. No tenía más que mostrar con los hechos cada una de sus palabras. Sin embargo, puede resultar demasiado complejo si se lo lleva a los extremos que recorrió Eugenio Pardal.

El hombre no aceptaba para su existencia ni la más justificable de las contradicciones. La simple compra de un par de zapatillas le demandaba meses buscando las de industria nacional. En septiembre de 1989, con la privatización de ENTEL, renunció al uso del teléfono. Se rehusó a ir a los cines instalados en lugares donde alguna vez hubo una fábrica, abandonó su pasión por el fútbol desde que las camisetas empezaron a usar sponsor y se negaba a escuchar música que hubiera sido grabada en una compañía multinacional.

En frenéticas discusiones con sus compañeros de tertulia, Pardal siempre sostuvo que los supermercados representan una de las mayores perdiciones de los tiempos modernos. Nadie puede afirmar si las razones que lo impulsaban a hacer esa afirmación eran ideológicas, románticas o una mezcla de ambas, lo cierto es que amaba entrañablemente la costumbre de ir al almacén. Se podría argumentar que lo atraía el trato directo con el almacenero y el saber que la sola pronunciación de una frase mágica “anótemelo en la libreta” alcanzaba como toda clave para conseguir fiado sin necesidad de recurrir a la rigurosidad de comprobar el frío saldo de una tarjeta de crédito. Su mujer, mientras pudo, trató de complacerlo, pero ante la casi desaparición de los almacenes del barrio y la obstinación de Eugenio terminó comprando alimentos a escondidas en el autoservicio de la zona.

En los últimos tiempos, llegando al colmo de su cruzada por la coherencia, emprendió la tarea de revisar la historia y analizar la actuación de cada prócer para decidir si transitaba o no la calle que llevara su nombre. Eugenio desde entonces evitó atravesar por arterias a las que consideraba de nombre ingrato. En su lista negra se encontraban entre otras: Balcarce, Presidente Roca, Mitre, Colón, Alvear, Uriburu, Sarmiento (en realidad con Sarmiento tenía una conducta ambigua, a veces la cruzaba y otras no)... Con esta actitud también encontró escollos difíciles de sortear, sobretodo teniendo en cuenta que el hombre viajaba en colectivo y que para llegar a algunos lugares, en muchas ocasiones, ha tenido que subir y bajar como diez veces de diferentes líneas.

Nuestro cronista anduvo por Barrio Azcuénaga tratando de saber qué había sido de la vida de Eugenio Pardal. Pudimos enterarnos de que su mujer hizo las valijas y se marchó con un proveedor del supermercado, sus hijos decidieron irse a vivir a España y cuentan los vecinos que consiguieron trabajo en un shopping... En cuanto a Eugenio Pardal nadie tiene certezas sobre su paradero. Sin embargo, hay quienes aseguran haberlo visto arrastrar su alma con un libro de Arturo Jauretche bajo el brazo, caminando siempre por Avenida Belgrano o por San Martín y consultando su lista de próceres cada vez que llega a una esquina... “Era un buen hombre pero perdió la razón...” nos asegura confidente una señora luciendo una remera que en grandes letras fucsias proclama: “I love New York”.

lunes, 7 de diciembre de 2009

La salvación

de Adolfo Bioy Casares

Ésta es una historia de tiempos y de reinos pretéritos.

El escultor paseaba con el tirano por los jardines del palacio. Más allá del laberinto para los extranjeros ilustres, en el extremo de la alameda de los filósofos decapitados, el escultor presentó su última obra: una náyade que era una fuente.


Mientras abundaba en explicaciones técnica y disfrutaba de la embriaguez del triunfo, el artista advirtió en el hermoso rostro de su protector una sombra amenazadora.

Comprendió la causa. "¿Cómo un ser tan ínfimo" - sin duda estaba pensando el tirano - "es capaz de lo que yo, pastor de pueblos, soy incapaz?".


Entonces un pájaro, que bebía en la fuente, huyó alborozado por el aire y el escultor discurrió la idea que lo salvaría. "Por humildes que sean" - dijo indicando el pájaro - "hay que reconocer que vuelan mejor que nosotros".


Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, Argentina; 15 de septiembre de 1914 – ibídem, 8 de marzo de 1999) fue un escritor argentino.
Bioy Casares fue un escritor que cultivó un estilo depurado y clásico. Fue propulsor del género fantástico y el rescate del relato por sobre lo descriptivo. Defensor del género policial por su interés en la trama en sí. Entre sus premios y distinciones destacan la membrecía a la Legión de Honor francesa en 1981, su nombramiento como Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires en 1986, el Premio Cervantes y el Premio Internacional Alfonso Reyes en 1990.
La imagen pertenece a Yorsh Dore http://www.yorshdore.com.ar/caricaturas.htm

domingo, 15 de noviembre de 2009

Bajamar

Por: Juan Carlos Márquez

El niño está muy delgado, tan delgado que de lejos parece un signo de admiración. Corre desnudo hacia la orilla y hunde los pies en la arena mojada. Luego se queda mirando con los ojos muy abiertos la ola que crece y se acerca. Y sonríe.

Es una sonrisa que chisporrotea, casi un sorbete de champán, una de esas sonrisas hechas de inocencia que se regeneran y refulgen como destellos sobre el mar. Una lengua de espuma lame sus dedos y el niño retrocede algunos pasos y se esconde tras las piernas de su madre. Ella se gira con la intención de ponerle la visera, pero el niño se cuela entre sus piernas y echa a correr de nuevo hacia la orilla. Busca sus huellas en la arena, hasta se agacha como un detective, pero no las encuentra.

Entonces se vuelve hacia su madre y se encoge de hombros. Una señora mayor con un bebé sonrosado en brazos cruza por delante y el niño se la queda mirando. La señora hace carantoñas al bebé y le dice que tiene la misma naricita que su mamá. El niño se queda un momento pensativo, corre hacia su madre y le tira una y otra vez del bañador. -Mamá, mamá ¿y yo a quién me parezco?

La madre no contesta. Lo aupa en brazos, lo aprieta contra su pecho y aprovecha para ponerle la visera.

lunes, 19 de octubre de 2009

Compañera

Compañera
usted sabe
que puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo

si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo

si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo

pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo

Mario Benedetti

jueves, 10 de septiembre de 2009

La prensa, segun Arturo Jauretche

Mientras en los países totalitarios el pueblo es un esclavo sin voz ni voto, en los 'democráticos' es un paralítico con la ilusión de la libertad al que las pandillas financieras usurpan la voluntad hablando de sus mandatos. Proponemos un auténtico ideal democrático.
El sometimiento de las fuerzas de las finanzas al interés colectivo. El estado que queremos debe ser fuerte para hacernos libres.
No el estado totalitario cuyo fin es ahogar al hombre para realizarse, sino el estado que ahoga la tiranía del dinero para realizar al hombre, y así, en el terreno de la formación de la opinión pública, la solución democrática consistirá en sustituir la libertad de empresa periodística o radiote1efóníca, que es la libertad de los grupos plutocráticos para hacer su prensa o su radio e impedir toda otra, por la libertad de prensa sólo lograble cuando ella no tenga que depender de los intereses capitalistas.
Solución ésta que requiere una Argentina Liberada, ya que como dije antes, la finanza es extranjera. El problema que en los países plutocráticos es un problema puramente interno, entre nosotros, está vinculado a la existencia de una soberanía nacional auténtica. Necesitamos liberar a la Nación para liberamos dentro de ella.
Porque los medios de información y la difusión de ideas están gobernados, como los precios en el mercado y son también mercaderías. La prensa nos dice todos los días que su libertad es imprescindible para el desarrollo de la sociedad humana, y nos propone sus beneficios por oposición a los sistemas que la restringen por medio del estatismo. Pero nos oculta la naturaleza de esa libertad, tan restrictiva como la del estado, aunque más hipócrita, porque el libre acceso a las fuentes de información no implica la libre discusión, ni la honesta difusión, ya que ese libre acceso se condiciona a los intereses de los grupos dominantes que dan la versión y la difunden.
Porque estos periódicos tan celosos de la censura oficial se autocensuran cuando se trata del avisador, el columnista no debe chocar con la administración.
Las doctrinas, los hechos, los hombres, se discriminan en función del aviso; así hay tabúes tácitos y se sabe que no se deben mencionar, qué camino no hay que aconsejar, qué cosas son inconvenientes.

Arturo Martín Jauretche (Lincoln, provincia de Buenos Aires, 13 de noviembre de 1901 – Buenos Aires, 25 de mayo de 1974) fue un pensador, escritor y político argentino.
Popularizó en la literatura política las palabras Cipayo, Vendepatria y Oligarca.

sábado, 29 de agosto de 2009

El mito de la caverna

Platón describió en su alegoría de la caverna una vivienda cavernosa, en la cual se encuentran un grupo de hombres, prisioneros desde su nacimiento por cadenas que les sujetan el cuello y las piernas de forma que únicamente pueden mirar hacia la pared del fondo de la caverna sin poder nunca girar la cabeza. Justo detrás de ellos, se encuentra un muro con un pasillo y, seguidamente y por orden de cercanía respecto de los hombres, una hoguera y la entrada de la cueva que da al mundo, a la naturaleza. Por el pasillo del muro circulan hombres portando todo tipo de objetos cuyas sombras, gracias a la iluminación de la hoguera, se proyectan en la pared que los prisioneros pueden ver.

Estos hombres encadenados no pueden considerar otra cosa verdadera que las sombras de los objetos. Debido a las circunstancias de su prisión se hallan condenados en tomar únicamente por ciertas todas y cada una de las sombras proyectadas ya que no pueden conocer nada de lo que acontece a sus espaldas.

Continúa la narración contando cómo uno de estos hombres es liberado y obligado a volverse hacia la luz de la hoguera, contemplando, de este modo, una nueva realidad. Una realidad más profunda y completa ya que ésta es causa y fundamento de la primera que está compuesta sólo de apariencias sensibles. Una vez que ha asumido el hombre esta nueva situación, es obligado nuevamente a encaminarse hacia fuera de la caverna a través de una áspera y escarpada subida, apreciando una nueva realidad exterior (hombres, árboles, lagos, astros, etc. identificados con el mundo inteligible) fundamento de las anteriores realidades, para que a continuación vuelva a ser obligado a ver directamente "el Sol y lo que le es propio", metáfora que encarna la idea de Bien.
La alegoría acaba al hacer entrar, de nuevo, al prisionero al interior de la caverna para que retome su lugar en ella y dando cuenta de cómo se reirían de él sus antiguos compañeros por su ascensión hacia el conocimiento. El motivo de la burla sería afirmar que sus ojos se han estropeado al verse ahora cegado por el paso de la claridad del Sol a la oscuridad de la cueva.

Hasta aqui la explicacion de Wikipedia sobre el tema.
Cabe a nosotros preguntarnos cuanta similitud encontramos entre esta historia tradicional y la actualidad que nos toca vivir. Permanentemente somnos bombardeados con informacion, des-informacion, noticias que no siempre, o para ser mas exactos, casi nunca, reflejan la realidad.
Alli surge el primer interrogante: Quien nos informa y para que? Multimedios y corporaciones filtran adecuadamente los contenidos que nos llegan y, sin lugar a dudas, no lo hacen en forma inconsciente. Y mucho menos desinteresada.
Basta de creer que Clarin, gran beneficiario de Papel Prensa y los manejos de la dictadura, es en realidad Caperucita Roja escapando de las garras del lobo. Clarin, el multimedio que comprende al diario Clarin, las empresas de television por cable Cablevision y Multicanal, el diario Ole, las radios Mitre en am y La Cien en fm, señales de radio y empresas de cable en el interior del pais, es un monopolio que solo defiende sus propios intereses. A cualquier costo, incluso de la democracia.
APOYEMOS A LA DEMOCRATIZACION DE LOS MEDIOS DE COMUNICACION!

jueves, 27 de agosto de 2009

La Divina Comedia


A partir del primer domingo de Septiembre de 2009, Alcione continua las funciones de la obra de teatro:

La Divina Comedia de Dante Alighieri,



Versión Teatral y Dirección: Cristina Armada.
* Domingos, a las 20 hs.
* La Estación de los Deseos, Bacacay 1608, a 200 mts de Donato Alvarez.

Valor de la entrada: 20 pesos.
Estudiantes y jubilados (presentando carnet y/o libreta): 10 pesos.
Esta obra cuenta con el auspicio de Proteatro y Belladersina.
- Reservas de Entradas al: 1557293737.


¡Los esperamos!

alcioneteatro@yahoo.com.ar

Muchas mentes abiertas deberian estar cerradas por reparaciones....